En esta casa no entrará ni una grasa saturada. Harto de ver cómo a su prole le crecían los glicéridos en los análisis o la chicha en la cintura, G comunicaba así su veto al colesterol. Todos acataron la decisión. A partir de entonces las visitas al supermercado se convirtieron en una especie de debate clínico: las etiquetas de las salchichas se comparaban, los ingredientes de las mantecas se interpretaban y las galletas se sometían a escrutinio para elegir las más cercanas a los cánones de salud. Con el tiempo, la familia de G se fue volviendo esbelta y lucida, pero con una mala uva que les granjeó el alejamiento de sus amistades. Agobiado por la amargura que había invadido su hogar, una tarde G dio una palmada en la mesa, corrió al hipermercado y volvió con un cargamento de morcilla, salchichón y pizzas. Todavía están ingresados.
05 junio 2011
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6 comentarios:
Hola
Es lo que tienen los extremos, y el ser radical con ciertas actitudes, que acaban pasando factura.
Bello relato.
Besotes.
El famoso efecto rebote, ¿verdad? ¡Gracias, M, por tu lectura comentada!
Me alegra saber que no hicieron dieta de lechuga. No pierdo la esperanza.
Fanny, si hubieran hecho dieta de lechuga también estarían ingresados.¡Bienvenida!
¡Estupendo microRelato! No sabía que el colesterol se acumulaba también en el cerebro y ayudaba a las endorfinas a aplacar la mala leche ;) Besos, Andrés.
Venga ya, Andrés, ¿no sabías que el colesterol (en pequeñas dosis) ayuda a ser feliz? Besos, M.
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